Sábado, las calles vacías.
Quedan solares baldíos
donde antes proyectaba un edificio
su sombra.
Conocía esta Avenida,
vivía lo que ahora ni responde.
Junto a mí una anciana se aferra a un bouquet
de plástico,
flores de nylon.
Casi lo que podría ser,
yo en algún vagón de tren,
el mismo que tomé un día en Niza,
y ahora lee los parajes que se supone,
conozca.
Puedo regresar tras distraer la vista
estarán allí los restos, inmóviles.
Las paredes se quiebran, se demuelen, se pintan
pero siguen las mismas.
Puedo tener quince y cruzar de mano de ella.
Mamá sigue igual,
el mismo silencio y la misma sonrisa
(quizás mucho más triste).
Las calles se me esparcen, como vasos rotos
Casi me regaño por dejar caer,
esto, que como mucho, nunca me perteneció.
Caminar y permitir que el sol empape la frente,
rehuirle a las miradas de los carros,
todo mentira porque no están,
ni los ojos para huirle,
ni la sed de mundo.
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